¿Qué es el carbono azul?
El carbono azul es el carbono orgánico capturado y almacenado por el océano en ecosistemas costeros con vegetación, como los manglares, las marismas o las praderas marinas. El carbono orgánico en estos ecosistemas de carbono azul se acumula en los sedimentos, donde se almacena. Estos hábitats oceánicos se extienden a lo largo de nuestras costas, están presentes en todos los continentes salvo en la Antártida y cubren aproximadamente 50 millones de hectáreas, casi el doble del tamaño del Reino Unido.
Los ecosistemas de carbono azul pueden ayudar a las personas y a los medios costeros a mitigar el cambio climático y adaptarse a sus efectos.
Esto no se debe solo a que los ecosistemas costeros pueden secuestrar grandes cantidades de carbono, sino también a que desempeñan un papel importante para proteger las costas de la erosión y reducir las repercusiones de las marejadas ciclónicas y el aumento del nivel del mar. La vegetación que crece en las zonas costeras puede ayudar a mejorar la calidad del agua filtrando los contaminantes, favorecer la biodiversidad proporcionando hábitat a diversas especies y servir de criadero para peces y mariscos. Estos factores muestran cómo los ecosistemas costeros con vegetación ayudan a que las personas y las comunidades sean más resilientes ante el cambio climático y los fenómenos meteorológicos graves conexos, ya que protegen las zonas costeras de los fenómenos meteorológicos relacionados con el cambio climático y, al mismo tiempo, ayudan a proteger la vida marina.
Las raíces, tallos y hojas de las plantas de los organismos que habitan los ecosistemas costeros capturan el carbono orgánico (C).
Los ecosistemas de carbono azul ayudan a mantener el medio ambiente mitigando el cambio climático. Por otra parte, la destrucción y erosión de las zonas costeras que almacenan carbono azul podría causar la emisión a la atmósfera en muy poco tiempo de grandes cantidades de carbono secuestrado.
Los científicos coinciden en que la capacidad de los ecosistemas de carbono azul para secuestrar carbono se ha reducido drásticamente en los últimos 70 años a consecuencia del desarrollo costero insostenible, la deforestación, la contaminación ambiental y otras actividades destructivas. En los últimos 50 años, la superficie cubierta por hábitats costeros con vegetación se ha reducido entre un 25 % y un 50 %.
El ciclo del carbono oceánico
¿Cómo actúan los ecosistemas costeros como sumideros de carbono?
Miles de millones de toneladas de carbono circulan constantemente por la atmósfera, la tierra y los océanos. El ciclo del carbono oceánico es un conjunto de procesos vitales que ayudan a regular el clima de la Tierra y sustentan la vida marina sostenible.
El secuestro de carbono se produce cuando el carbono se extrae del ciclo del carbono y se almacena en sedimentos marinos durante largos períodos.
¿Qué puede aportar la ciencia nuclear?
Los sedimentos que se acumulan en las praderas marinas, los manglares y las marismas se pueden analizar para ayudar a detectar cambios en el medio ambiente a lo largo del tiempo, en períodos del pasado que abarcan desde unos pocos años hasta millones de años. La capacidad de los ecosistemas costeros con vegetación para secuestrar y almacenar carbono en sus sedimentos se puede medir a través de técnicas nucleares e isotópicas.
Los Laboratorios del OIEA para el Medio Ambiente Marino en Mónaco utilizan estos elementos para determinar las tasas a las que se acumula el carbono orgánico en los sedimentos marinos utilizando muestras de testigos de material sedimentario procedentes de ecosistemas costeros con vegetación. Los testigos de material sedimentario se recogen mediante largos tubos de plástico que, durante el muestreo, pueden preservar las capas de sedimentos acumuladas a lo largo del tiempo.
En combinación con algunos radionucleidos artificiales como el cesio 137 (137Cs), el isótopo radiactivo natural plomo 210 (210Pb) se utiliza para determinar las velocidades de sedimentación de los sedimentos en plazos de diez años hasta aproximadamente 100 años, período durante el cual los efectos antropogénicos en el medio ambiente han aumentado de forma considerable.
Estas técnicas comprenden la separación radioquímica y las mediciones por espectrometría alfa y gamma adaptadas a cada isótopo. La información obtenida se combina con la medición del contenido de carbono orgánico y sus isótopos en los registros sedimentarios aplicando métodos de espectrometría de masas para evaluar las reservas de carbono orgánico y las tasas de enterramiento.
¿Cómo puede el carbono azul aportar una solución climática basada en la naturaleza?
El carbono azul puede ayudar a luchar contra el cambio climático eliminando el exceso de carbono de la atmósfera y almacenándolo durante cientos o miles de años. Sin embargo, la propia capacidad de secuestrar carbono hace que sea indispensable proteger y preservar estos ecosistemas. Al dañar estos hábitats costeros, se libera el carbono previamente almacenado, lo que trae consigo otros efectos negativos.
Invertir en el carbono azul es invertir en un futuro en que la naturaleza ayude a frenar los efectos del cambio climático y los encargados de formular políticas utilicen datos basados en pruebas para apoyar la gestión sostenible de los ecosistemas oceánicos y costeros con vegetación. Proteger estas zonas redunda en costas más saludables, ecosistemas más saludables y un planeta más saludable.
¿Qué función desempeña el OIEA?
Los Laboratorios del OIEA para el Medio Ambiente Marino aplican técnicas nucleares e isotópicas para comprender mejor el ciclo del carbono y evaluar la capacidad potencial de los ecosistemas costeros con vegetación para almacenar carbono.
Los Laboratorios se dedican a investigar los ecosistemas marinos y costeros, la pérdida de la biodiversidad, la acidificación de los océanos y la acumulación de oligoelementos y otros contaminantes en los ecosistemas marinos.
El Organismo participa en proyectos encaminados a determinar las tasas de secuestro de carbono en las zonas costeras con vegetación y a ayudar a recopilar datos en más de 40 países.
El OIEA presta apoyo a países de Europa, Asia y el Pacífico, América Latina y el Caribe y África con el fin de dar formación a científicos y crear capacidad para medir con exactitud las tasas de secuestro de carbono en ecosistemas de carbono azul.
El Organismo ayuda a sus Estados Miembros a evaluar las posibles consecuencias ambientales y socioeconómicas de los cambios que se producen en los ecosistemas y sus efectos en la seguridad alimentaria sostenible.
A través de su Centro Internacional de Coordinación sobre la Acidificación de los Océanos (OA-ICC), el OIEA también trabaja para crear conciencia sobre otros cambios climáticos oceánicos, incluida la acidificación de los océanos, que se produce como consecuencia de un exceso de concentraciones de CO2 en el agua de los océanos [1].
La crisis climática que atraviesa el mundo exige buscar diversas alternativas para poder frenar su avance y reducir sus consecuencias, que pueden resultar catastróficas para la humanidad. La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es el compromiso de los países, para lo cual se evalúan y aplican múltiples alternativas.
En ese enfuerzo, los científicos proponen diversas alternativas que pueden ayudar a reducir la cantidad de los gases de efecto invernadero, entre ellos el CO2, de la atmósfera. Desde hace años, se aplican medidas de mitigación para lograrlo, como la reducción del parque automotor, por ejemplo, pero también existen opciones relacionadas a los procesos mismos de la naturaleza. A estos se les conoce como ‘Soluciones basadas en la Naturaleza’ (SbN).
Una de ellas es el ‘carbono azul’. Se conoce que los bosques “capturan” gran cantidad de este elemento, pero pocos saben que diversos ecosistemas marinos y costeros también pueden fijar carbono, incluso más que los bosques en la Amazonía.
‘Carbono azul’ es un término que se refiere al carbono (C) almacenado en ecosistemas costeros y marinos (no exclusivamente marino-costeros). En sus inicios, hace más de una década, este término hacía referencia principalmente a ecosistemas costeros vegetados, como manglares, marismas, praderas de pastos marinos. Sin embargo, más recientemente, se han incluido biomas y ecosistemas que cumplen también con este servicio ecosistémico, tales como los fondos marinos polares, bosques de macroalgas pardas (alias huirales) y otras macrófitas, hábitats donde dominan ciertas especies de organismos calcificantes (lechos de bivalvos, rodolitos, briozoos, etc.); pero también en ambientes sedimentarios (como los fiordos) o de las grandes profundidades (como las llanuras abisales).
En estos ambientes el CO2 ingresa a un ciclo que termina cuando es ‘secuestrado’, lo que hace que este elemento quede allí durante mucho tiempo (siglos a milenios), con lo cual se evita que siga en la atmósfera.
El CO2 primero es capturado mediante procesos metabólicos de la biósfera; organismos como el fitoplancton, algas y otras especies vegetales acuáticas utilizan el CO2 para producir oxígeno (O2) y biomasa. Esto dura horas o meses. Luego, esta biomasa es consumida por organismos de niveles tróficos superiores a través de la cual el C empieza a ser incorporado en tejidos blandos. Allí puede permanecer meses o años. Sin embargo, cuando estos organismos mueren y se descomponen, una fracción reingresa al ciclo del C por acción microbiana, lo cual libera CO2, mientras que otra porción desciende como lluvia marina y es incorporada por organismos del fondo (zona bentónica). Muchos de estos organismos bentónicos son calcificantes, esto quiere decir que forman sus estructuras (esqueletos y conchas) incorporando C. Dado que estas estructuras son más resistentes a la actividad microbiana permanecen como tales durante un mayor tiempo. A esta etapa se le conoce como inmovilización, y puede durar años a siglos. Si las condiciones son favorables y toda esta biomasa queda enterrada en el sedimento, el C queda fuera del ciclo por milenios. Así, el carbono queda secuestrado.
Por un lado, la (geo)ingeniería ha desarrollado tecnologías capaces de capturar el CO2 atmosférico y almacenarlas, transportarlas y enterrarlas en las entrañas de la Tierra (subsuelo y/o fondos marinos). Pero la implementación es sumamente costosa, demanda un desarrollo tecnológico sostenido, y una aplicación global. También existen otros métodos de remoción de GEI, pero no hay uno solo que sea la panacea, sino que deben ser aplicados e integrados (en simultáneo) de acuerdo con las peculiaridades de la zona, gobierno y las partes interesadas. De manera natural, desde hace varios años los ecosistemas de carbono azul han empezado a ser tomados en cuenta como sistemas claves en la lucha contra el cambio climático.
En la plataforma continental antártica, por ejemplo, se ha reportado un aumento en el almacenamiento de C como consecuencia del desprendimiento de plataformas de hielos, siendo esto uno de los pocos (y quizás mayores) feedbacks negativos frente al cambio climático (60–100 M.tC.a-1). Protegerlos es la manera más eficiente de evitar que el impulso de la actividad humana siga vulnerando estos espacios naturales (por más remotos o profundos), y se alinea con los compromisos establecidos en París hace más de media década [2].
[1]https://www.iaea.org/es/newscenter/news/que-es-el-carbono-azul
[2]https://divulga.cientifica.edu.pe/cientifica-explica/carbono-azul-que-es-y-por-que-es-tan-importante-en-la-lucha-contra-el-cambio-climatico/